miércoles, 14 de septiembre de 2011

Settimana en Italia (Parte I)




A las tres de la madrugada llego a casa a despertar a Luca después de una cena 'a la italiana’. Amigos Erasmus, algún belga, y todos deseándome un viaje increíble… Elisa, que es de Roma, me dice varias veces ‘cuánta envidia te tengo’. Al parecer con ella no se cumple la regla de aburrirse de su propia ciudad. Quizá no es una regla ahora que lo pienso… quizá sólo seres poco con vencidos e inseguros y pesimistas que hemos mantenido viva una frase que carece de un sentido profundo y sólo sirve para gritar disconformidad.

Después de adioses, de besos, abrazos y un poco de sudor (recuerda que estamos en la primavera más ardiente de Bélgica) me dirijo a casa. Ahora vuelvo al comienzo, a despertar a Luca a decirle que no he impreso aún mi boleto de avión.

Quedan 1 hora y 52 minutos para tomar el tren en la estación sint pieter y con la calma que caracteriza a mi querido amigo, y con mi impaciencia, que probablemente muchos concordarán, me caracteriza también. Preparamos las maletas en tiempo récord y a pesar de que no logré traer mis lentes de sol, la partida no tuvo ningún impasse hasta llegar al aeropuerto en “Ciampino”, Italia.

Dos horas hemos tenido que esperar para darnos cuenta finalmente de que el bus que esperábamos había pasado 3 veces mientras nosotros hablábamos. Sin embargo, es necesario aclarar que la información que nos había sido entregada era poco precisa y errónea. En fin, a eso de las 11.30 de la mañana, aún, logramos tomar el busecito amarillo sin ventilación que nos llevaría hasta la estación, para hacer la conexión hacia Roma.

Sin poder esperar más para comer alguna cosa, con Luca nos fuimos a un pequeño restaurant que ahora mismo no recuerdo el nombre, cerca de la estación, dos mujeres voluptuosas y evidentemente maquilladas atendían, servían y reían junto con el cajero parado en el mostrador que no tenía cara de muy buenos amigos. No obstante aquello no eclipsó lo que sería mi primer plato de pasta al pomodoro en Italia. Al dente, perdonen mi ignorancia, no sabía que en Italia era imposible no comer pasta al dente, es la forma, es la tradición, sino “se pega en el estómago” como dijo Luca. Así que un plato de “pasta al pomodoro” y un “succo di fruto lanaranga” (de Sicilia) (revisaré si así se escribe) (sí, así es), fueron lo que me dio la primera impresión de la comida local, aunque debo añadir, y que más tarde caería en cuenta, la comida de cada región tiene un toque diferente, según lo escuchado, lo visto y lo comido.

Al llegar a la estación de Roma, que dicho sea de paso me sorprendió lo grande que es y lo mucho que hay que caminar, ufff… , pero ya dejado el equipaje en una custodia, comenzamos (comencé) lo que sería un día caminando por Roma. Pobre Luca, tuvo que obligarse a dormir en un parque para descansar lo que el viaje le había quitado en energías, por lo tanto mi día caminando sería desde aquel momento el inicio de una travesía en solitario.

Debo decir que comencé con un poco de miedo… la estación queda en un sector bastante popular de pequeños locales de comida rápida (pizza) y muchos ‘chinos’ y sus tiendas de cosas ‘chinas’ alrededor. En un momento, caminando por una pequeña feria divisé a una mujer, ya de edad, que caminaba en mi dirección y por un momento pensé ¿Qué está usando debajo de aquella chaqueta?, y cuál fue mi sorpresa que descubrí, desafortunadamente, que vestía un disfraz de Eva dulcemente diseñado y grotescamente admirado por los transeúntes, uno de aquéllos: yo.

Luego de pasar por afueras de edificios tan pintorescos como italianos, descubrí la calle que me llevaría a lo que hoy recuerdo como mi primer objeto de admiración de Roma, el Coliseo. Ya desde una distancia donde no se podía aún apreciar veía cómo cientos de personas descansaban en un parque que colindaba con el cruce de calles que le separaba del imponente monumento. Y ahí estaba yo, Jairo, caminando y cada vez más cerca de esos muros que si bien en un sentido histórico debería ser más llamativo, desde mis sentimientos y emociones me colmaba de una humildad que me recorría completo. Me sentía tan pequeño, tan insignificante… y me imaginaba mirándome desde la cima de esa ‘redondela’ mirando a los miles de turistas que llegaban y se iban del lugar… rodeé el Coliseo hasta llegar al arco de Constantino donde logré ver el (arco) cuarto (Nueva York, Londres y Barcelona son los primeros).

Luego me orienté hacia la Plaza de… (no recuerdo ahora el nombre) (Releyendo en Septiembre 2011 recuerdo que es la Piazza Venezia) y me quedé mirando esas estatuas blancas y límpidas cuidadas por fieles guardias que no permitían a nadie sentarse en los escalones, pero no me importó que me sacaran de ahí, de un impulso fui a la plaza que está en frente de aquel lugar y contemplé todo esa perfecta imagen tan, pero tan blanca, pero tan, tan, tan blanca y gigante que nadie quedaba inmune de emocionarse, incluso los mismos italianos locales miraban de reojo después de haber pasado miles de veces por ahí.

Luego una vista al foro romano, o las ruinas del foro romano con un sándwich de prochutto en la boca y una botella de agua un poco tibia ya… (si, muuuuucho calor).

Ya había llegado la hora de partir, tenía que encontrarme con Luca en la plaza donde lo había dejado para luego ir a la estación para tomar el tren a Siena que, todavía, sólo era un nombre para mí, no así la provincia, Toscana, que es mucho más que un nombre.

De camino a Luca subí y bajé calles pasando también por una Iglesia (no recuerdo el nombre) que me dejó fascinado por su altura y… contínuo, con la blanquedad con la que fue inspirada.

Luca se hallaba discutiendo con las ‘guardas’ del lugar que no le habían dejado estar mucho tiempo descansando en el césped, con la excusa de “parecen drogadictos’ o ‘el césped no se puede pisar’. Cosa absurda pensando en que cuando llegamos ahí en primer lugar había muchos turistas y estudiantes descansando bajo el sol. Sigo pensando que fue absurdo.

Llegamos a la estación, y aunque debíamos tomar el equipaje y comprar el pasaje, con algunos minutos solamente para hacerlo, decidimos ir a una pizzería para comer lo que sería mi primera “pizza cuadrada” en Italia. De Champiñones la mía y de prochutto para Luca.

Luego a las 16.48 tomamos el tren que en 3 horas nos dejaría en Siena. También, pronto me daría cuenta que todos los viajes tomarían 3 horas, solamente.

Evitaré comentar el trayecto, salvo que lo dormí casi todo.

Al abrirse las puertas del tren, en Siena, un jovencito salta sobre Luca y lo bota al suelo. Enseguida reconocí al sujeto que días antes lo había comparado con “Pedro Fernández”, el charro mexicano. En persona no se le parecía nada y me reí para adentro de mi comparación absurda.

En su auto nos fuimos a su departamento que debo decir, me encantó, el departamento,sobre todo por la vista hacia los cerros y los bosques y, por tercera vez, y aunque no era un monumento, era todo blanco por dentro. (Risas).

Ya eran las 9 de la noche y después de comer un segundo plato de pasta (esta vez “a la no se qué……” con aglio (ajo) , basilico, nueces y olio (aceite). Qué rico que estaba, y me repetí… hehehe. Si, buena/mala vida y poca vergüenza.

Luego informando a mi mamá de que no hubo ningún terremoto en Roma, como decían los rumores, me enteré que en España hubo dos de 4 y 5 grados respectiva y aproximadamente. Parece que el pronosticador falló en geografía.

Más tarde con mi primilla Katty logramos entablar una conversación decententemente condicionada por el Wifi del dueño de casa, (extraño el internet de mi casa en Chile)… y coincidimos que debo ir a “Cortona”. Espero que pronto sea eso.

Hoy Jueves 12 de Mayo, a las 9 de la mañana despierto y comienzo a investigar qué hacer en Siena y luego de dar vueltas, comer, tomar un baño y mirar muchas páginas de internet con monumento, atracciones y direcciones parto mi travesía a la 1, tomando, en primer lugar, el bus que me llevaría al “per il centro per favore” (mi frase con un italiano muy poco pulido, pero que con los días ya haría mía).

En “Il campo” grabo el video que ya verán o habrán ya visto… Es un lugar de encuentro, de descanso, de comer y reír… de ver muchas cámaras apuntando a todas las direcciones… los locales leyendo al sol y tomando agua, los turistas caminando y pensando en lo que se habría de hacer más tarde. Luego de estar un rato disfrutando de la vista decido perderme en las calles circundantes… pequeñas calles, banderas verdes con ganzos dibujados, laderas, árboles y mucho ladrillo rojo y marfil… Una escalera interminable que tuve que subir, un oratorio a la Santa Caterina. Restaurantes mágicamente vacíos que si no fuese por mi presupuesto estaría llenándolos con mi sola presencia encantadora (risas).

Cada vista por la que pasaba me obligaba a respirar el aire y tocar las piedras que han construido y mantenido por tantos años aquel lugar. Mirar la Catedral y sentarme en la piazza del duomo, luego perderme hasta la iglesia de san domínico, y llegar a la Piazza de la Libertad en la que ahora estoy sentado, en una de las esquinas, después de un sándwich italiano con algo que parecía pescado…. Mirando a los niños beber helado, a las madres fumando un cigarro con remeras que dejan poco para la imaginación… el padre con el hijo ya crecido, los más atletas corriendo por las cuatro esquinas de la Piazza, los senderos aplanados por los que prefieren venir a descansar en público. Y el parque ahora comienza a funcionar. “Luna Park” con carros, pequeñas montañas rusas, y muchos árboles. Está delicioso, y si bien no hay música los pájaros rellenan esos silencios que solitarios como yo no pueden. Aunque desde dentro siento carcajadas de nervios que controlo para no parecer un loco.

Me queda poca batería así que iré a buscar algún lugar para seguir escribiendo y quizá comer un poco de pasta que tanto me apetece ahora.

No comí pasta ese día. Lo que si hice fue comenzar mi regreso a casa ya que sabía que las horas pasarían rapidísimo. Fuera de la Piazza de la Liberta encontré un café, tipo kiosko, donde vendían… déjame ver…. Café y alguno que otro sándwich con algo típico italiano, así que eso hice, un bocadillo para el camino sentado frente a una mesita de vidrio, una de las tantas que habían al lado del local. Una abuela con sus dos nietos, otros hombres tomando cerveza en otra mesa, los cigarros iban y venían compartiendo, al parecer, entre hermanos. Risas y gritos, que realmente me los esperaba. Ya en Bélgica había conocido a mis amigos italianos y entendía un poco lo que me esperaba. Nada decepcionante.

En el camino, ya retornando a donde habría de tomar el bus de vuelta a casa, he visto algunos parquecillos que me han hecho envidiar a los padres que pueden disfrutar a sus hijos, y pensaba, ya pronto tendré los míos y los llevaré al parquecito, quizá no en Siena, pero si en algún otro lugar.

Desperté diez veces esta madrugada, pero finalmente la hora que logró levantarme fueron las 7.00. Luego de una ducha, arreglar la “very” amarilla mochila que me prestó Gianpaolo comienzo a caminar por un día que prometía, y cumplió, ser muy soleado. Tomo el bus que me llevaría a la estacion para comprar el boleto con destino a Chiusa. Una hora y veinte minutos aproximadamente, para luego hacer conexión, esta vez con Camucia. Lamentablemente tuve que esperar 1.30 horas para tomar el bus siguiente que en menos de 30 minutos ya me tenía en la estación de destino. Dudé en si preguntar a algún taxista cuánto me saldría el viaje desde Chiusa a Cortona, pero finalmente me acobardé y me fui por la solución segura: Tren.

De Camucia no habían taxis, y el bus que pasaba se demoraría 1 hora en llegar, por lo que junto a otros turistas americanos, comenzamos a caminar. Suerte tuve que cuando hice autostop una italiana muy simpática me ofreció a mis acompañantes y a mi llevarnos hacia Cortona… en un viaje que no duró más de 10 minutos. Incluso 5. Ya desde el camino cuesta arriba se lograba ver la pequeña pero hermosa villa, ese cerro con casas color rojizo, unas más claras que las otras… pero que en hermosura eran incomparables.

En Cortona, luego de andar algunos pasos solamente encontramos la oficina de Información Turística donde encontré el mapa que hasta ahora me acompaña. Sin embargo, el camino a Bramasole no se encontraba completo, por lo que mi travesía debía hacerla a ciegas. ¡Frances Mayes ven a mí!

60 minutos caminando bajo el sol, y árboles que elegantemente cubrían me del sofoco que podría haber tenido ante tan espectacular día. ¿Transeúntes? Pocos. Creo que habré visto a 3 o 4 personas en dirección contraria que seguramente habrán sido turistas, y que amablemente me sonreían al pasar a mi lado.

Desearía haber tenido una bicicleta, pero ya es tarde… ya he llegado a casa de Frances, a primera vista no la reconocí, me pareció que el ángulo que se mostraba en el film parecía diferente, así que pasé de largo esperando encontrar a un costado del camino a la virgen que el hombre del sombrero dejaba flores cada día. Sin embargo llego a un pequeño y coloquial ristorante y la encargada, según entiendo me dice : “tienes que volver por el camino y la segunda casa a la derecha con la palmera grande es la casa de Bramasole”. Al parecer entendí bien, porque al cabo de 5 minutos estaba en la casa con la palmera “bella” que me había mencionado la simpática italiana… sin embargo seguía sin reconocerla… como ya habrán visto seguramente, tomé mi laptop y comencé a grabar lo que hasta ahora es uno de mis mayores tesoros.

Un hombre llega y me cuenta que trabajaba en aquel lugar, y le pregunté si podría entrar, o ver siquiera el jardín, y me confiesa que ni siquiera él puede hacerlo, sólo trabajar en la entrada.

El lugar es bello, es verde, los balcones, el color, lo desgastado de las esquinas lo hacen tan perfumadamente adorable que dan ansias de quedarse parado o sentado frente a aquella casa y meditar y pensar… Sé que es cliché, pero quién no lo es en momentos… es mi momento de serlo… de pensar en la resistencia, resiliencia, en un vivir mejor, un vivir feliz… un giro de 180 grados que me permita sonreír al cabo del proceso, y sonreír sin dejar de sonreír… y llorar de alegría.

Ahora me emociono un poco, porque uno de los sueños que he tenido durante tantos años, lo he cumplido, gracias a Dios… a la fuerza que me da, a mi familia, y mis amigos que sé que envían sus mejores deseos para mi.

Me he atrevido, a pesar de que viajar solo no es mi mayor placer, este viaje… este pequeño día y gigante a la vez me deja sentir y estremecerme ante la belleza de las cosas que son posibles de hacer… y ahora... mirando parte de la Toscana… las casas rojizas en medio de lagunas verdes y amarillas, con mariposas (es primavera, recuerden), pienso en lo afortunado que soy, en lo feliz que me siento de sentir tan de cerca las bendiciones y regalos que mi papito Dios me hace… sé que para muchos es incomprensible, que para muchos es el resultado de “mi propio esfuerzo”, les agradezco por eso, pero para mí hay uno más grande… uno poderoso y bondadoso que me da esta alegría. Que me permite descubrir a partir de esta bella naturaleza, que me da la fuerza y la inteligencia para valorar lo hermoso de este lugar.

Hay viento tibio, y mi agua se entibia también, creo que es mejor volver a Cortona, me queda un viaje no tan largo, pero cansador, hacia Firenze… más turistas se acercan… me voy... Los quiero.

mr. Brook